La epidemia de Covid-19 ha forzado al sistema sanitario a cambiar, y a hacerlo en un tiempo récord. La atención de los pacientes con epilepsia también se ha modificado. Durante la fase aguda de la pandemia, la mayoría de las unidades de epilepsia se cerraron y las camas se ocuparon con pacientes infectados con coronavirus. Se detuvieron las evaluaciones prequirúrgicas, las cirugías y las implantaciones de electrodos intracraneales y de estimuladores vagales. Se hospitalizaron únicamente los enfermos con crisis graves que acudían a urgencias y sólo se hicieron electroencefalogramas urgentes. Muchos neurólogos se integraron en los equipos de Medicina Interna y Enfermedades infecciosas.
Las consultas externas de epilepsia se vaciaron. Por necesidad de distanciamiento social, los pacientes se atendieron por teléfono o por videoconferencia. Con frecuencia, se retrasaron las primeras visitas si era posible. Los pacientes, en general, estuvieron satisfechos con las visitas a distancia, y pudieron contactar con sus especialistas cuando los necesitaron.
Las encuestas realizadas entre pacientes de epilepsia de todo el mundo han señalado tasas de infección por COVID-19 similares a la población general. No parece que, excepto en pacientes especiales tratados con medicamentos que bajan las defensas, la epilepsia aumente la predisposición a infectarse con coronavirus ni a tener una infección más grave. Un porcentaje variable de pacientes ha tenido más crisis durante el confinamiento, sobre todo aquellos con epilepsias más graves, y este empeoramiento se ha asociado a problemas de sueño y también a mayor ansiedad y depresión. Aun así, pocos han tenido que acudir a urgencias para tratarse las crisis. Algunos pacientes han mejorado, probablemente por tener horarios más regulares y cuidarse más durante el confinamiento. Igual que en el caso de otras patologías como el ictus, algunos pacientes con complicaciones de la epilepsia (por ejemplo estatus epilepticus) han tenido miedo de acudir al hospital y se han quedado en casa, poniendo en riesgo su salud. Los pacientes con epilepsia y discapacidad intelectual también han tenido con frecuencia empeoramiento de la conducta porque sus rutinas se han visto muy alteradas.
Ahora que nos podemos enfrentar a una segunda ola de la pandemia, es necesario que trabajemos para que el cuidado de los pacientes crónicos con epilepsia se mantenga en los próximos meses.
Las visitas telemáticas han llegado para quedarse. Hay ya plataformas para realizar videoconferencias que nos permiten tener un mejor contacto con el paciente que el teléfono. La videoconferencia hace más fácil además que en la conversación intervenga también el familiar o cuidador, como haríamos en la consulta. Cuando tengamos dudas, esos pacientes pueden verse de forma presencial, ahora que las consultas están más vacías y se toman las medidas de seguridad apropiadas. La visita presencial es también más adecuada, creo yo, para los pacientes a los que vemos por primera vez.
En caso de que se restrinja la actividad otra vez, habrá que operar primero a los pacientes más graves o con mayor posibilidad de mejoría tras la cirugía. Se deben atender también en el hospital las primeras crisis (que deben estudiarse al menos con un TAC cerebral) y los acúmulos de crisis que no cedan con tratamientos de rescate. Hay que dar recomendaciones claras sobre las situaciones en las que SI hay que acudir a un hospital y garantizar vías seguras para que estos pacientes no tengan contacto con pacientes infectados.
Por último, hay que seguir manteniendo el contacto con los pacientes para que nos puedan consultar si es preciso sobre efectos adversos de la medicación, aumento de crisis, problemas psiquiátricos, etc. El teléfono, el correo electrónico, con nosotros o con personal de enfermería especializado, nos puede ayudar mucho. Esto es especialmente relevante en pacientes con discapacidad intelectual y problemas de conducta o pacientes en situaciones especiales (por ejemplo mujeres con epilepsia embarazadas)
